Por Ibraín Hernández

El sábado 14 de junio se cumplieron 250 años de la fundación de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Al mismo tiempo, el presidente Donald Trump celebró su cumpleaños número 79. El mandatario estadounidense aprovechó la ocasión para organizar un desfile militar con un costo de 24 millones de dólares. El evento fue un desastre: la participación ciudadana fue muy baja y la lluvia arruinó las actividades que se tenían previstas. El problema no era que Trump realizara un desfile —de esos hay en muchos países del mundo, incluyendo democracias constitucionales—. El problema es que muchos acusaban al presidente de utilizar el aniversario de las fuerzas armadas como pretexto para celebrar su cumpleaños con un gasto exorbitante.

A cuatro meses del inicio de su segunda administración, parecía que Estados Unidos ya se encontraba en un estado de normalización. Todas y todos ya sabían que esperar de Trump después de 4 años en la presidencia. Sin embrago, ante tantas órdenes ejecutivas, escándalos y noticias; las tensiones se habían incrementado y la gota que derramó el vaso cayó la semana pasada con las agresivas redadas migratorias en California y los enfrentamientos provocados por el ilegal desplazamiento de la Guardia Nacional.

Mientras el triste desfile de Trump tenía lugar, en todo el país se desarrollaban más de 2,000 protestas bajo el nombre “Sin rey”, en respuesta a las políticas autoritarias del presidente. La premisa era clara: Estados Unidos es una democracia que no tiene lugar para monarcas; en este país, quien reina es la Constitución y las leyes. Las marchas se pronunciaban en contra de las políticas de Trump que vulneran la libertad de expresión, el debido proceso, los derechos humanos y la división de poderes.

Los noticieros reportaron las movilizaciones ciudadanas en la mayoría de los estados del país. Además, en redes sociales circulaban fotos de las pancartas que acompañaron las protestas. Algunas mostraban frases como: “Trump es enemigo de la Constitución”, “La Constitución garantiza el debido proceso a todas las personas, no solo a los ciudadanos”, o “Hay que definir qué delitos hacen que te deporten y qué delitos hacen que te elijan como presidente”. Personalmente, mi favorita fue la que decía: “Esto va tan mal, que las personas introvertidas están aquí”. Y es que no es ninguna exageración afirmar que las acciones de Donald Trump han indignado tanto a la ciudadanía estadounidense que introvertidos, profesores, estudiantes, abuelas, niños, jueces, inmigrantes y una gran diversidad de personas decidieron salir a protestar y alzar la voz para mostrar su descontento.

Sin duda alguna, la mega marcha “Sin rey” fue todo un éxito. Sin embargo, Trump decidió responder de manera contundente. El domingo 15 de junio ordenó a las autoridades migratorias federales aumentar las deportaciones en ciudades gobernadas por autoridades del partido opositor. En redes sociales, publicó un mensaje en el que llamaba a las autoridades federales a “hacer todo lo que esté en su poder para lograr el importantísimo objetivo de llevar a cabo el Programa de Deportación Masiva más grande de la historia”.

Esta reacción no es más que una prueba de que la política migratoria de Trump es improvisada y, en este caso específico, responde a una necesidad de venganza y represalia ante las críticas. Mientras tanto, miles de personas, familias y negocios serán los más afectados. Pero si hay algo que podemos concluir de este fin de semana es que la ciudadanía demostró que ha despertado y que es posible hacer frente al autoritarismo desde las calles, los tribunales, las escuelas y cualquier espacio en el que se pueda hablar con libertad sobre lo que es justo.

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