Por Guadalupe Galván
Si Donald Trump fuera un presidente de Estados Unidos dispuesto a escuchar, si realmente le interesara solucionar los problemas y no ganar puntos a su imagen, o sus posibilidades de ganar el Nobel, se podrían plantear una gran cantidad de argumentos en contra de lanzar ataques unilaterales (selectivos o como sea) contra los cárteles mexicanos de la droga, o en otros países del continente americano.
Bombardear un laboratorio, cazar a uno de los grandes capos de la droga, como Iván Archivaldo Guzmán Salazar, o Nemesio Rubén Oseguera Cervantes (El Mencho), como cazó en su momento a Qasem Soleimani, quien fuera comandante de la Guardia Revolucionaria iraní, no resolverá el problema de las drogas.
En primer lugar, porque hay dos partes en la ecuación de la lucha contra las drogas: la oferta y el consumo. Mientras haya consumidores, que se mate a un proveedor es lo de menos. Siempre habrá otro. En segundo lugar, porque el mundo de las drogas es una medusa con infinidad de cabezas. Y cada que se corta una, ese mundo se segmenta en varios, la mayoría de las veces más violentos, menos organizados.
El impacto de una acción militar unilateral de Estados Unidos sería devastador para la relación bilateral. La cooperación de México ha sido crucial para que Trump pueda presumir cada día que la migración irregular en la frontera sur es hoy de “cero”. México está negociando también con Washington para un acuerdo de seguridad, economía, migración, clave para ambos países.
En materia de drogas, México ha optado por la entrega de capos del narco a Estados Unidos y ha anunciado una serie de decomisos récord. Un ataque, con drones o como sea, daría al traste con todo lo anterior. México se vería obligado a responder con fuerza por lo que sería una evidente violación a la soberanía mexicana que no sólo generaría animadversión de parte del gobierno, sino del pueblo mexicano.
Los cárteles de la droga llevan años entrenándose, armándose con el equipo más avanzado. Hasta ahora, sus acciones, ejecuciones y demás se han limitado a territorio mexicano. Si el gobierno de Trump los acorrala, se abren otros escenarios, que no son positivos para nadie.
Pero Trump no es un presidente dispuesto a escuchar, ni paciente. Es un político al que le gusta presumir resultados, pronto, así sean superficiales. Por eso, una acción unilateral no se puede descartar. Trump no se ha cansado de mostrar el poco respeto que tiene por la diplomacia, o las negociaciones. Si cree que saldrá en TV nacional, que sus números subirán o que puede presumir de haber hecho algo “que nadie nunca se atrevió a hacer”, lo hará.
Sus advertencias de que “podría atacar a los cárteles” porque “cosas más raras pasan” no son simples blofeos, ni estrategias para medir la temperatura en México. Por eso, las autoridades mexicanas tendrían que estar trabajando ya en su plan B, C y D, su respuesta a cualquier escenario ante un Trump que es imprevisible. El gobierno mexicano dice que, hasta ahora, nos ha ido mejor que a otros países con Trump. La realidad es distinta.