Por Isabel Alarcón

Un líquido oleaginoso y aceitoso que se desprendía del camarón pomada sorprendió a Eduardo Rebolledo mientras pescaba a finales de abril en el sector de Las Piedras, en la provincia de Esmeraldas. Dos meses después del derrame del 13 de marzo de 2025, considerado uno de los más grandes de la historia de Ecuador, las huellas del petróleo en el agua todavía están presentes y demuestran que la emergencia aún no ha terminado.

“Son los residuos del petróleo dispersado en el mar”, explica el biólogo marino de la Universidad Católica del Ecuador, Sede Esmeraldas, sobre la sustancia que encontró mientras practicaba pesca de arrastre a menos de cinco kilómetros del origen del vertido. Dos semanas antes, ya había visto algo similar. Al levantar la red, el aceite plateado caía de su captura.

“Recién vamos a empezar a observar los daños de esta catástrofe ambiental”, dice, mientras analiza con su lupa digital otras muestras de zooplancton que obtuvo de los ríos afectados. Rebolledo, de origen chileno, fue uno de los primeros en llegar a la “zona cero” en marzo para estudiar los impactos del derrame de más de 25.117 barriles de crudo que se extendieron por 82 kilómetros, desde el kilómetro 438 del Sistema de Oleoducto Transecuatoriano (SOTE) hasta la desembocadura del Río Esmeraldas.

Desde entonces, ha monitoreado de forma constante la salud de los ecosistemas. Aunque no puede revelar los resultados, adelanta que la comunidad planctónica es una de las principales afectadas. En algunas zonas hay escasez, mientras que, en otras, simplemente los especímenes están muertos o en descomposición.

“Una caída de zooplancton, que está terriblemente pobre y escaso, implica una caída de la productividad en general”, resalta Rebolledo, quien se instaló en 2006 en Ecuador para estudiar las amenazas a los ecosistemas marinos. Las observaciones del plancton se relacionan con otro de sus resultados: una disminución pesquera del 75% al 90%.

Más allá de los datos y observaciones científicas, los impactos son evidentes en los costados negros de los ríos, en pequeñas manchas que viajan por el agua cuando llueve y en los testimonios de los habitantes de esta provincia fronteriza con Colombia. En esta nueva etapa del desastre, colectivos y fundaciones se han activado para continuar ayudando a las personas y ecosistemas afectados. Los esfuerzos ahora están concentrados en reparar, remediar y descifrar hasta dónde llegaron los estragos de esta emergencia.

Ríos muertos y poca pesca

Los ríos Esmeraldas, Achote, Caple y Viche sintieron la llegada del crudo derramado. Los dos últimos “murieron” tras el evento. Rebolledo usa el término “ríos muertos”, aunque aclara que el correcto es “azoicos”, una palabra que se utiliza para referirse a los cuerpos de agua carentes de formas de vida acuática. En los muestreos iniciales que hizo tras el derrame, sólo se encontraron peces muy pequeños. Los muestreos del río Esmeraldas “fueron patéticos”, recuerda. Realizaron cuatro lanzamientos de red durante dos horas y solo capturaron cinco peces. Dos meses después, las capturas no han vuelto a la normalidad.

“Los efectos pueden durar décadas”, advierte Blanca Ríos, profesora de ecología de la Universidad de las Américas (UDLA). La investigadora señala que el crudo, por su peso, se puede depositar en zonas remotas del río y, en cada evento de crecida, se volverá a movilizar. El petróleo puede tener varios compuestos, como hidrocarburos aromáticos policíclicos, que son tóxicos para la salud. Para evitar que se movilice nuevamente en el futuro, recomienda que las acciones se enfoquen en identificar las zonas donde se deposita este material para su limpieza y extracción.

Pero aún hay esperanzas para los ríos muertos. “No hay una fórmula, pero cuando empiece a renovarse el agua, aparecerán formas de vida. Es una de las cosas que hay que monitorizar una o dos veces al año”, dice el biólogo chileno, que recomienda enfocarse en limpiar las riberas del sitio cero hasta el río Esmeraldas.

Cortar lo afectado, retirar la tierra contaminada y reforestar con especies nativas, especialmente el trayecto del tubo por donde se transporta el crudo. Los monocultivos que actualmente están en la zona, explica, debilitan la sujeción de la cobertura vegetal, lo que, sumado a los eventos climáticos extremos, puede ocasionar nuevamente problemas con el conducto.

Según las respuestas de la estatal PetroEcuador a un pedido enviado por América Futura, el área de restauración ambiental de la empresa está realizando el diagnóstico para determinar el tiempo que tomará limpiar estos cuerpos de agua. También están llevando a cabo la recolección de crudo de forma manual y mecánica, recuperando vegetación y basura contaminada de las orillas de los ríos afectados y las playas, y realizando un monitoreo biótico y una evaluación para el rescate de fauna.

Manchas que no se borran

“Es preocupante que la gente nos diga que el río todavía no está limpio. Eso lo repiten todos”, dice Alexandra Almeida, bioquímica y vocera de la organización Acción Ecológica para temas petroleros. Los testimonios que recogió un informe de su organización a un mes del derrame en diez puntos afectados coincidían en que todavía había manchas de petróleo en la superficie del agua y en las orillas. También resaltaban que no había peces y que aún se registraban alergias, comezón en la piel y malestar en general. La agricultura era otra de las principales actividades afectadas. Los cultivos de plátano, cacao y aguacate se habían dañado.

“Es una afectación multidimensional. No es solo el agua”, resalta Almeida. A la especialista le preocupa que la contaminación ingrese a la cadena alimenticia, ya que puede causar problemas en el sistema nervioso central de las personas o fomentar la reproducción de células malignas y malformaciones que serán evidentes en el futuro. Por eso, explica que es necesario que se aplique una reparación integral, como establece la Constitución ecuatoriana.

Otro tema que la inquieta es la contaminación en el mar. “No está la mancha negra porque la partieron en millones de partículas, pero está ahí”, sostiene la especialista sobre los métodos de dispersión empleados en el océano. Según Cristian Mora, superintendente del Terminal Petrolero de Balao (Suinba), se usaron 78 tanques de 55 galones de dispersante biodegradable para evitar que la mancha se extendiera.

El crudo se reduce así a pequeñas partes “que se evaporan con el sol o el plancton las consume y disuelve” sin provocar impactos negativos, señala. Sin embargo, los especialistas consideran que se debió prohibir la pesca en estas zonas hasta analizar los efectos del petróleo dispersado.

Ayuda aún necesaria

Ante los impactos del derrame, diferentes grupos se han activado para recolectar muestras, llevar donaciones y apoyar a los habitantes afectados. La organización Jóvenes Protectores del Planeta ha llevado agua, comida y atención médica a más de 300 personas. “Como ya no se difunde, piensan que se acabó todo, pero hay personas con enfermedades en la piel”, alerta su presidente Jefferson Esmeralda.

Los primeros kits incluían arroz, atún, alimentos no perecibles, medicinas y productos para el aseo personal. Ahora, también se están enfocando en los paquetes menstruales para adolescentes y adultas.

A los impactos del derrame, se han sumado los estragos del terremoto de 6,1 grados que afectó a la provincia el pasado 25 de abril y de las inundaciones. Aylin Torres, de 22 años y miembro del club de Biología de la Universidad Estatal Amazónica (UEA) llegó poco después del derrame a la zona afectada a tomar muestras y levantar información socioeconómica.

Su evaluación revela que la apicultura es una de las principales fuentes de ingresos del sector. Pero, tras el derrame, la mayoría de las abejas huyó por la contaminación del aire y otras murieron. Por eso, los jóvenes están elaborando planes para ayudar a las comunidades a impulsar nuevamente esta actividad y buscar otras fuentes de ingresos. Por el momento, han creado un sistema para que los habitantes de la zona trasplanten los productos que tenían en los bordes del río a espacios más seguros.

Mientras tanto, Rebolledo espera que las lluvias ayuden también a limpiar el cauce del río, pero insiste en que hay que tomar medidas urgentes de reparación y remediación, si se busca que los ríos muertos vuelvan a tener vida.

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