Por Berenice González

La adelfa es una flor obstinada. Su persistencia se puso a prueba la primavera de 1946, cuando los habitantes de Hiroshima se sorprendieron al encontrar el paisaje salpicado de sus pétalos rojizos.

La bomba atómica Little Boy, lanzada por los estadounidenses el 6 de agosto de 1945 en Japón, convirtió en cenizas 13 kilómetros cuadrados del centro de la ciudad y causó la muerte de unas 120 mil personas solo en los primeros cuatro días posteriores a la explosión.

Cuando la adelfa comenzó a florecer en Hiroshima, meses después del ataque, se convirtió en un símbolo de la esperanza. La ciencia había ayudado a construir una bomba atómica, un monstruo de 4 mil 400 kilos con una carga de 64 kilos de uranio que utilizó los principios de la fisión molecular para causar una devastación nunca vista. Ahora la ciencia tendría que intentar hacer un recuento para explicar el alcance de este vergonzoso episodio en la historia de la humanidad.


Radiación ionizante en humanos

Las investigaciones posteriores a los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki proporcionaron una enorme base de datos para el estudio de los efectos de la radiación ionizante en humanos. Gran parte de lo que se conoce sobre los efectos a corto, mediano y largo plazo de la radiación en la salud viene de la investigación con los sobrevivientes y descendientes de estos episodios.

El Centro para Estudios Nucleares de la Universidad de Columbia explica que aunque la exposición a la radiación puede causar efectos agudos y casi inmediatos al matar células y dañar el tejido, también puede tener efectos a mayor escala, como el cáncer, al causar mutaciones en el ADN de las células vivas.

Las investigaciones han revelado una numerosa serie de efectos por los diferentes grados de radiación recibida, incluyendo un aumento en la incidencia de cáncer, trastornos genéticos y efectos psicológicos. Incluso nuevos estudios genómicos ofrecen ventanas de investigación.

La Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica (ABCC), reorganizada en 1975 como la Fundación para la Investigación de los Efectos de la Radiación (RERF) con apoyo conjunto de Japón y Estados Unidos, hace 75 años inició el seguimiento sistemático de 120 mil personas afectadas por los bombardeos.

Información de hombres y mujeres de todas las edades forman parte del proyecto conocido como Estudio de la Esperanza de Vida (LSS), que incluyó al mayor número posible de personas que estaban a 2.5 km del hipocentro (la ubicación terrestre debajo de la bomba) y una submuestra aleatoria, emparejada por edad y sexo, de personas que habían estado a entre 2.5 y 10 km.

El estudio también incluyó a unas 26 mil personas que no estaban en el momento del ataque, pero residían allí en 1950. En 1958, se inició un programa bienal de examen clínico sistemático (Estudio de Salud de Adultos; AHS) para una submuestra de unos 20 mil miembros del LSS. A unos 77 mil descendientes de los supervivientes de la bomba atómica, nacidos entre 1946 y 1984, también se les dio seguimiento.

En 1958 se formaron los primeros registros de incidencia de cáncer en Hiroshima y Nagasaki. Los estudios del LSS, el AHS y sobre descendientes continúan hasta hoy y han sido la base para estimar los riesgos para la salud derivados de la exposición a la radiación ionizante.

Las investigaciones de la RERF explican que las mutaciones pueden ocurrir espontáneamente, pero un mutágeno como la radiación aumenta la probabilidad.


Leucemia y otras consecuencias

Investigaciones muestran que el más mortal de los tipos de cáncer registrados fue leucemia. Se observó un aumento dos años después de los ataques y alcanzó su punto máximo entre cuatro y seis años después con afectaciones más graves en la población infantil. La RERF estima que el riesgo atribuible de leucemia es del 46% para las víctimas de la bomba.

Para los demás tipos de cáncer, el aumento de la incidencia no apareció hasta diez años después de los ataques. El aumento se observó por primera vez en 1956 y poco después se iniciaron los registros de tumores, tanto en Hiroshima como en Nagasaki, para recopilar datos sobre los riesgos excesivos de cáncer causados por la exposición a la radiación.

El estudio más exhaustivo sobre la incidencia del cáncer que no es leucemia fue realizado por un equipo dirigido por Dale L. Preston de Hirosoft International Corporation y publicado en 2003. Estimó que la tasa atribuible de exposición era significativamente menor que en leucemia: 10.7%. Después de leucemia, los tipos de cáncer relacionados con la radiación fueron: estómago, pulmón, hígado y mama.

Un estudio de RERF de 2012 reveló que la exposición a la radiación de una bomba atómica aumentaba el riesgo de cáncer de por vida. Las tasas en mujeres de 70 años aumentaron un 58% por cada gray de radiación que absorbieron sus cuerpos a los 30 años. Un gray es una unidad que mide la cantidad de energía de radiación que absorbe un cuerpo. En hombres, las tasas de cáncer aumentaron un 35%.

A 80 años de los bombardeos, las investigaciones se han centrado en los hijos de los sobrevivientes, pero también existen estudios de personas expuestas a la radiación antes de nacer (in útero). Según reportes de la Universidad de Columbia, estudios realizados en 1994 por Nakashima, investigador de la Universidad de Hiroshima, mostraron que la exposición provocó un aumento de malformaciones como aumento de tamaño de la cabeza y discapacidad mental, y deterioro del crecimiento físico.

También que el período embrionario que, en general abarca de la semana 5 a la 15, es sensible para el desarrollo del cerebro y los órganos. Así, las mujeres expuestas a la radiación durante este periodo, tuvieron un mayor riesgo de dar a luz a niños con discapacidad intelectual, problemas neurológicos y microcefalia; también se descubrió que las personas expuestas in útero presentaban menor aumento de la tasa de cáncer que los supervivientes que eran niños en el momento del ataque.

Otra preocupación fue el impacto de la radiación en la salud de los hijos de los supervivientes concebidos tras los bombardeos. Los supervivientes de la bomba atómica sufrieron discriminación por temor a que sus hijos heredaran defectos genéticos. El estigma afectó más a las mujeres que a los hombres.

Las investigaciones aún no muestran un aumento claro de enfermedades relacionadas con la radiación en los hijos de los supervivientes, pero las consideraciones de los investigadores es que aún se necesita más tiempo para saberlo con certeza. También se realizan estudios genómicos con muestras biológicas para tratar de saber si la radiación puede dañar genéticamente a las generaciones posteriores. Actualmente se realiza el análisis genómico de muestras de 30 mil participantes.

Las investigaciones buscan saber cómo los diferentes niveles de radiación pueden afectar a personas no sólo tras un ataque intencionado, sino también a víctimas de accidentes en centrales nucleares, en trabajadores de centrales eléctricas y mineros de uranio. También los estudios de la RERF han impuesto estándares sobre los límites que los países han establecido para la exposición ocupacional y médica a la radiación.

En 2025 también se cumplen 80 años de la fundación de la ONU y hace un par de meses se plantaron en la sede en Nueva York retoños provenientes de las semillas de un árbol de caqui (conocido como palosanto en nuestro país) que sobrevivió al bombardeo de Hiroshima; de nuevo, la energía de las plantas como símbolo de la esperanza, pero ante las nuevas amenazas nucleares, los símbolos no pueden hacer mucho, sobre todo considerando las más de 15 mil armas nucleares que se calcula hay mundo.

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