Por Daniela Wachauf

Bidones de casi todos los tamaños, ollas de peltre o de aluminio ennegrecidas de humo y cochambre, tinas que resguardan sustancias a la intemperie, estufas hechizas de leña o gasolina, mesas de madera y todo tipo de utensilios caseros marcados por el desgaste y la suciedad no son enseres propios de algún sitio insalubre donde se preparan alimentos.

Son equipos que pueden encontrarse en los llamados narcolaboratorios asegurados al crimen organizado, instalaciones para la producción de drogas que cada vez son más abundantes en las sierras u otros lugares apartados del país y que resaltan por su insalubridad.

Las células delincuenciales instalan con mayor frecuencia los narcolaboratorios en zonas remotas que carecen de infraestructura y medidas de higiene, aumentando aún más el riesgo en la salud de quien consume estas sustancias.

El aseguramiento de laboratorios va en aumento. De enero de 2019 a diciembre de 2024, las fuerzas federales han asegurado 282 laboratorios clandestinos.

Sinaloa documenta 152 de estos sitios, el mayor número de aseguramientos; Durango le sigue con 51; Aguascalientes, con 16, y Jalisco y Michoacán, con 14 cada uno, entre otras entidades donde se han localizado.

Fuentes de seguridad consultadas refieren que de enero a junio de 2025 se han incautado 96 laboratorios clandestinos, es decir, las cifras de estos seis meses de la actual administración superan a las de los años 2019, 2020, 2021, 2022 y 2024.

De acuerdo con una solicitud de información realizada por EL UNIVERSAL vía transparencia a la Fiscalía General de la República (FGR), en 2019 se registraron 49 laboratorios clandestinos incautados. En 2020 se documentaron 57; en 2021 fueron 25 y en 2022, la cifra llegó a 27; en 2023 aumentó a 102 y en 2024 hubo 22.

La FGR remarca que la estadística recopilada en el marco del esfuerzo nacional es resultado del trabajo de diversas instituciones, como las secretarías de la Defensa Nacional (Sedena), Marina (Semar), Hacienda y Crédito Público (SHCP) y de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC).

“De manera continua se realizan trabajos de validación con las instituciones encargadas de suministrar los eventos”, destacó.

El doctor Gabriel Vera, investigador en Ciencias Químicas por la UNAM, consideró que los utensilios para elaborar, por ejemplo, metanfetaminas, anteriormente se encontraban en una casa o taller y no tan alejados de la civilización. “En la sierra donde se han localizado los laboratorios clandestinos los cocineros sólo tienen unos palos a la mano, antes los utensilios se veían de mejor calidad, si bien siempre han sido una constante los bidones de plástico, pero veíamos cosas de acero, vidrio, incluso equipo de seguridad, actualmente no se han encontrado mascarillas, trajes de protección o guantes”, detalla Vera.

Comenta que los productos que utilizan las personas que “cocinan” las drogas pueden ocasionarles quemaduras en las vías respiratorias y en la piel. Lo mínimo que deben utilizar son gafas de seguridad y máscara respiratoria para vapores ácidos. Sostiene que al momento de la elaboración de metanfetaminas se genera una cantidad de subproductos que se quedan impregnados en los mismos tambos y que seguramente las células delictivas reutilizan; por eso cuando las autoridades aseguran los laboratorios clandestinos los utensilios se observan sucios.

“Esto da a entender que realizan varios procesos y no tienen ningún control de lo que estaba ocurriendo… Son muchos subproductos indeseables que se quedan pegados, por ejemplo, imaginemos que una persona usa continuamente una olla y no se encarga de lavarla, entonces cocina pollo, luego carne, también lentejas ¿cómo quedaría la olla? Obviamente se mancha por fuera, y negra por dentro derivado de descuidos.

“También esto nos dice que los cocineros de los narcolaboratorios no tienen control de las cosas, reutilizan muchas veces los recipientes sin lavarlo”, insiste el investigador.

Abunda que las autoridades no están atacando el problema de raíz, ya que el consumo de drogas prosigue como la demanda en el mercado; por eso algunas sustancias son sintetizadas. Vera indica que esto implica un problema de salud más grave, ya no es sólo las drogas, y que sean adictivas, “en ocasiones les agregan fentanilo, para que tengan más volumen y puede llevar a sobredosis o a efectos indeseados que, en el peor de los casos, terminan con la vida de la persona o la dejan con un daño irreparable”, subraya.

Alberto Hidalgo, consultor en seguridad nacional, dice que las células criminales eligen lugares remotos para la producción porque son más difíciles de detectar que en una ciudad.

“Además por cámaras térmicas terrestres y aéreas, con vehículos aéreos no tripulados o helicópteros se podrían identificar estos lugares debido a su marca térmica. Es el motivo por el cual los grupos de la delincuencia organizada optan cada vez más por lugares remotos y agrestes para dificultar su detección y que el acceso a estas áreas sea complicado”, enfatiza.

Cocinas sucias

La lucha contra los cárteles y el tráfico de estupefacientes ha hecho que de forma creciente los laboratorios clandestinos o cocinas sean descubiertos en zonas montañosas, de difícil acceso.

De acuerdo con los reportes que elementos militares o policiacos entregan a sus mandos sobre alguna incautación, resalta la improvisación con la que estos grupos deben trabajar en la producción de drogas químicas, principalmente metanfetaminas, ante el carácter clandestino del proceso.

El levantamiento de pruebas y de fotografías siempre coincide: equipos de evaporización de sustancias hechizos, con materiales que no necesariamente garantizan la seguridad de quien manipula las sustancias.

Bidones o palanganas que sirven como contenedores de sustancias químicas o productos ya procesados que muchas veces son materiales volátiles e inflamables. También materiales de madera, ollas de peltre o de aluminio y empaques que no cumplen con normas de calidad, lo que potencialmente se hace más peligroso para el consumidor final.

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